Miguel Ángel Cantó Gómez fue el último de cinco hermanos que nacieron en el seno de una familia dedicada, el padre, Santiago, a la agricultura, y ella, Carmen, a sus labores, como no podía ser menos en la época de su nacimiento, el 8 de mayo de 1963.
Situada en pleno casco viejo de Novelda, la calle Vázquez de Mella, lugar donde nació, fue el campo de sus primeras experiencias. Allí jugó, allí vio como la tierra que formaba la calzada se convertía un día en cemento, llevándose por delante todos los “guás” con los que jugaba a las “bolas” toda la chiquillería, allí también donde hizo sus primeros amigos…
Recibió sus primeras letras en el colegio público “Cervantes”, aunque por un cambio de domicilio pasó a estudiar, desde 5º de EGB, en el colegio público “Gómez Navarro”, pasando después (1977) al instituto de Segunda Enseñanza local. Hasta entonces, tenía claro lo que quería ser de mayor: zoólogo.
Miguel Ángel siempre pensó que tenía dos padres: uno biológico y otro… en la tele. Para él, el doctor Félix Rodríguez de la Fuente era lo más parecido a un semidiós griego: magnético, casi omnisciente, un guía en todo, al que además le gustaban tanto los animales como a él mismo. Así que consideraba cantado que de mayor tenía que dedicarse a lo mismo que su ídolo. Cualquier otra opción la consideraba descartada de antemano.
Sin embargo, al lado de su amor a los animales, también tenía otros intereses. Desde pequeño le habían gustado las historias, leerlas y escucharlas, y conforme estudiaba, se fue dando cuenta de que no había mayor pozo de historias que la Historia, sí, esa misma que explicaban en el colegio y el instituto. Y a medida que fueron pasando sus dos primeros cursos de secundaria, se le fue abriendo la disyuntiva de qué estudiar. En principio, la biología, el mundo de lo vivo, lo sentía más cercano a él que el mundo del pasado, de lo muerto. Pero una variable inesperada, las matemáticas, decidieron por sí mismas su futuro. Al ir su estudio obligatoriamente anejo a la rama de ciencias, y ser precisamente esta asignatura su muro más infranqueable (estaba cerca de ser un asno al respecto, un “cercasno”), cuando se plantó delante del curso de 3º de BUP, su elección hacia la rama de letras estaba ya definida.
En 1981 se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universitat d’Alacant, en la sección de Geografía e Historia. Tras pasar por dos de los hechos más inolvidables de su corta vida (nunca olvidaría dónde se encontraba y qué estaba haciendo cuando se enteró de la muerte de su idolatrado Félix Rodríguez de la Fuente, o del patético Tejerazo y su intento de golpe de estado), su decisión ya estaba sólidamente decidida. Y durante cinco años, alternando la vida de estudiante con unos fines de semana y unas vacaciones siempre ocupadas en labores del campo, fue recopilando lecturas, saberes, y también, cómo no, diversiones con su grupo de amigos durante aquellos años ochenteros, la época dorada de los pubs y los garitos musicales.
En 1986 consiguió su título de licenciado en Geografía e Historia (especializado en Geografía porque, a la hora de elegir rama en 4º curso, esta le pareció más difícil que la Historia). Tras una corta experiencia veraniega de tres meses en la industria marmolera, se dedicó a prepararse en el estudio del temario para las oposiciones a profesor al tiempo que trabajaba en el almacén de uva de Pepe “Camión”. Sin embargo, en aquellas navidades del 86 le surgió la oportunidad de presentarse a unas oposiciones locales para funcionario. Pensando que probar no costaba nada, y que ese trabajo sería más leve y suave que los que hasta entonces conocía, en un mes se preparó el temario junto con un amigo, y a principios de 1987 aprobó la plaza de ordenanza notificador. Sin prácticamente tiempo para aterrizar y conocer su nuevo trabajo, la patria lo reclamó y pasó un año de su vida en Capitanía General de València y en el Cuartel de Rabassa de Alacant aprendiendo a… algo que aún no ha terminado de aprehender.
En marzo de 1988, ya con la deuda a la Patria pagada, se reintegró a su trabajo en el Ayuntamiento de Novelda y, pasando los años, vio llegar su noviazgo, su matrimonio (1993) con Remedios Mira Mendiola, el nacimiento de su hija Ariadna (1996), y el adormecimiento de sus intentos por intentar preparar las oposiciones a profesor de instituto.
Sin embargo, ello no supuso el abandono de sus aficiones intelectuales. Lector compulsivo, siguió leyendo y acumulando libros de sus temas predilectos: la zoología y la Historia. Hasta que en el año 2002 se decidió a escribir, por primera vez, un tema de investigación histórica local en la revista cultural y de fiestas Betania, editada todos los años en Novelda unas semanas antes del inicio de las fiestas patronales. Esta costumbre de redactar artículos, generalmente de temática local, ya no la abandonaría en los años sucesivos, colaborando desde entonces en la revista Betania en bastantes de sus números anuales y, de forma mucho más ocasional, con la revista local Semana Santa, que también trata temas culturales.
Pero su inicio como escritor de libros comenzó un poco antes, en 1999, con la publicación de “Las caras que nos contemplan” junto con su compañero de trabajo José Marhuenda Moltó, obra en la que hacían un recorrido explicativo y visual por todos los retablos cerámicos religiosos que aún existían en la localidad, junto con otros detalles ornamentales relevantes de las calles, como los aleros y los relieves y esculturas de las fachadas.
En 2003 salió a la luz “Betania. 50 Aniversario”, escrito en colaboración con el librero Augusto Beltrá Jover, libro en el que se acometía un repaso a la historia de la emblemática revista local desde todas las perspectivas (comercial, de contenido, artística, editorial, etc.).
En 2004 escribió su primera obra en solitario, que en realidad fueron dos libros: el primero, “Los apellidos de Novelda. Raíces de un pueblo”, explicaba, a través de los apellidos de sus habitantes, la historia demográfica, y en cierto modo económica, de Novelda, dando un repaso exhaustivo a la variedad onomástica de la ciudad, describiendo su llegada, evolución y significado. El segundo libro, “Palomares · Cantó”, fue el primero del proyecto de una colección que al final no se llevó a cabo, consistente en la descripción individual de la evolución de todos los linajes históricos noveldenses desde su llegada a la ciudad hasta el momento presente. Este libro recogía a dos de ellos, Palomares y Cantó.
Este proyecto se pudo concretar de una forma distinta en el año 2009. De regalo con la revista de Betania de aquel año vino incluido un CD que contenía la extensísima obra (de 4.777 páginas + 324 de una subparte) titulada “Enciclopedia de los apellidos de Novelda”, que mostraba en formato word y pdf la concreción de aquel primitivo proyecto de exponer la evolución demográfica –totalmente pormenorizada e individualizada–, de los 123 apellidos más destacados en el desarrollo poblacional de la localidad.
Cinco años más tarde completó la anterior obra con “La vida y la muerte en Novelda”, una larga investigación también incluida en un CD entregado gratuitamente con la revista Betania del 2014. En esta ocasión analizó cómo la muerte afectó a los habitantes de la ciudad desde poco antes de la expulsión de los moriscos hasta la actualidad, y mostró cómo el estudio de la evolución de la mortalidad nos permitía, inesperadamente, asomarnos a modos de vida ya olvidados, y a costumbres y hábitos de los que afortunadamente ya no quedaban restos ni rescoldos.
Finalmente, en 2019 escribió junto con el abogado Manuel Beltrá Torregrosa “Víctimas y verdugos. Historia de la Guerra Civil en Novelda”, una aproximación a lo que sucedió en Novelda durante la Guerra Civil, sus años previos y los posteriores, intentando describir y relatar con la mayor ecuanimidad lo que supuso aquel conflicto en la vida de la ciudad. El hecho de que desde principios del año 2019 fuese destinado parcialmente al Archivo Histórico de Novelda ayudó a que este libro estuviese muy nutrido de documentación local de la época.
De hecho, su actual proyecto laboral es digitalizar, en la medida que su destino parcial lo permite, todos los libros históricos municipales y las notificaciones existentes de épocas pasadas, en las que la historia local aparece, a su parecer, de una forma más vivaz que en los más “académicos” libros oficiales.
Preguntado por alguna anécdota de su juventud o infancia, recuerda que cuando tenía 7 y 8 años se subía, junto con un amigo que vivía enfrente suyo, a los viejos tejados de la calle Vázquez de Mella, y que vagaban aventurera y peligrosamente por ellos, a veces incluso escurriéndose por las tejas, acercándose para intentar ver la calle desde aquellas alturas. Evidentemente, de pequeño le dio mucho trabajo a su ángel de la guardia. También recuerda que por los mismos años, e incluso con 10 años cumplidos, su padre, cuando volvía del campo, le decía que los perros que tenían allí habían preguntado por él, y que él, en su inocencia, se lo creía a pies juntillas, a pesar de haber estado mucho tiempo con ellos cuando iba a la huerta. ¿O es que por aquellos años sí hablaba con los perros?