SEGIO MIRA JORDÁN (1983)
Nací el 7 de julio de 1983 en la calle Emilio Castelar, n.º 62 (entonces 58), en la casa de mis abuelos maternos. Hijo de Vicente y Mari Carmen y nieto de Tomás Mira (el Coca), Victoria Mira, el doctor José Jordán y María Antonia Torrent. Tengo un hermano tres años mayor, Jorge.
De pequeño vivíamos en la calle Alicante, en el límite entre el barrio centro y el barrio del Sagrado Corazón, pero recuerdo con cariño las fiestas del Sagrado como si fueran las mías propias. Antes de que construyeran los bungalós rojos que marcarían los límites de los posteriores juegos, ese descampado fue, durante muchos años, nuestra pista de cross cuando los veranos salíamos con las bicis. Porque las bicicletas siempre fueron para el verano. Recuerdo también subir hasta el Santuario y liarme con las marchas. Y caerme en la bajada porque íbamos tumbando las bicis como si fuéramos profesionales. Y, sin duda, no lo éramos. De pequeño, solía caerme a menudo (tengo varios puntos en la cabeza que dan buena cuenta de ello) y, como nuestro patio de juegos era la Glorieta, mis heridas de guerra son de allí: un diente arrancado por una caída desde el antiguo escenario de piedra, la frente partida de cuando acababan de inaugurar el escenario de mármol que había bajo los «hierros»... Suerte que mi abuelo era médico y vivía cerca para cerrarme las brechas.
Como me gusta decir siempre, pertenezco a la última generación que jugó en las calles y las dejó por las consolas. Así que un día tocaba ir al callejón de Puchu y, al siguiente, a ver videojuegos de enormes cuadraditos en casa de algún compañero. O intercambiar cromos de fútbol o copias de Son Goku que alguien calcaba de la televisión. También fuimos los primeros adolescentes en tener teléfono móvil, pero contábamos y abreviábamos cada palabra que enviábamos porque valía su peso en oro, igual que luego navegábamos en internet pendientes del reloj o de la llamada que alguien quería hacer.
Estudié todas las etapas educativas en el colegio Padre Dehon, desde 1.º de EGB hasta el COU y, como enseguida (año 91) pasé a estudiar solfeo y trompeta en la escuela de música de «La Artística» y, poco después, en el Conservatorio «Mestre Gomis», se puede decir que toda mi infancia transcurrió en apenas cinco o seis manzanas. A veces jugábamos a pillar o al escondite por toda Novelda, con los límites de la calle Cid (para nosotros, simplemente, «la carretera»), la Avenida de la Constitución, el cuartel de la Guardia Civil y las Carmelitas. Pero el verano era eterno y se inauguraba con el pregón de las fiestas del Sagrado. A partir de ahí, el Poli, la bici, las huertas, el pregón de las fiestas en el patio del Dehon, los caminos que serpenteaban hasta Aspe, los atardeceres de agosto en las fiestas de San Roque...
Desde bien pequeño me gustaba leer. Mi madre me cuenta que aprendí prácticamente solo y que leía cualquier cosa que caía en mis manos. Me leí la biblioteca entera del colegio y luego la municipal, aunque esta era imposible terminársela porque siempre había libros nuevos. Un día aprendí que podía llevarme libros a casa y devolverlos una semana después. Y eso era un lujo, claro.
El siguiente paso fue escribir. Empecé también muy joven, primero escribiendo cuentitos sobre libros que había leído, o sobre películas, o sobre capítulos de Los Simpsons. Y pronto, gracias a revistas como La Veu, La Glorieta o Ciutat de Novelda, publiqué poemas y artículos. Según Jesús Navarro Alberola, alguno de esos poemas le llevó a seguirme la pista y a abordarme por la calle un sábado cuando yo volvía de comprar el pan y él iba para el chalé. Quería ficharme para el equipo de dirección del Betania06. Y ahí me vi, con grandes personas que luego se convirtieron en buenos amigos. Al año siguiente también participé en el equipo que creó el que, sin duda, es para mí el Betania más singular y personal: el número 54, que dirigió FdeFelip. A partir de ahí, he colaborado y escrito en otros Betanias, o en revistas de barrios, o en la revista El fester, o en la de Semana Santa... Siempre que me han buscado, he participado. Y es un honor hacerlo.
En 2001 empecé la universidad: Filología Hispánica, y me licencié cuatro años más tarde. Para entonces, ya llevaba algunos años trabajando como profesor en la escuela de «La Artística», donde impartí conjunto instrumental, coro y lenguaje musical a niños y mayores. También fui, durante dos años, vocal de la Junta Directiva. Más de una década después, ayudé a formar la Banda de Cornetas y Tambores del «Ecce Homo», que sigue en activo y muchísimo mejor de como la deje.
Entre 2007 y 2011 fui concejal de Turismo del Ayuntamiento de Novelda, momento en que se pusieron en marcha iniciativas que aún hoy perduran, como la Festa del Xanxullo. Otras ya no, como la Ruta de Tapas, las Jornadas Gastronómicas, el Trofeo de Cocina con azafrán...
Relacionado con mis estudios he sido y soy corrector y redactor de textos para editoriales y particulares, y profesor de Lengua Castellana y Latín en centros de Alicante y Gran Canaria.
He publicado varias novelas: La mirada del perro, El asesino del pentagrama, El repicar monótono del agua, El crimen de Alcàsser, Bajo las piedras y Una extraña en la madriguera. También he escrito cuentos y sonetos y, con ellos, he ganado o he quedado finalista en algunos premios. Una vez escribí una obra de teatro en un acto (que permanece inédita) y, junto con Alfredo Navarro, el guion para un largometraje que también espera en un cajón.
Por otro lado, he compuesto una decena de obras para banda de música, entre pasodobles, marchas cristianas y marchas de procesión. Mi primera pieza fue un regalo para la Junta de Cofradías, cuando cumplió 25 años, en 2003. Compuse también y regalé el pasodoble festero Novelda en Fiesta, que suena tras la entrada de bandas del día 19 de julio. Aunque si tuviera que elegir uno solo, me quedo con el pasodoble que le regalé a mi amigo Luis «el Pasiego» y que lleva su nombre y seguro que sigue sonando allá donde esté. O con la BSO de los cortometrajes Un pacto a la vida (dirigido por Alfredo Navarro), de 5 con 5 y de Sed de aire (los dos dirigidos por Emilio Vicedo) que tantas alegrías nos dieron. Fue mi primer contacto con el cine. El segundo todos lo conocen: haber participado (desde la producción y también frente a las cámaras) en el documental Sueños de Sal que puso a Novelda en el escenario de los premios Goya.
Formo parte de la Asamblea Amistosa Literaria que fundara Jorge Juan y, ahora que vivo lejos, es uno de los actos musicales que más echo en falta: la interpretación del Himno a nuestro paisano ilustre el 5 de enero en la Plaza Vieja.
Sergio Mira Jordán